Comencé esta entrada en el aeropuerto de Tenerife Norte, esperando un vuelo que saldría en dos horas. Cursando un viaje medio forzado contra borrascas y erupciones volcánicas que han trastornado el flujo aéreo en la isla donde resido. Pero yo, mal financiero que se excusa en las no cargas familiares, pagué una sinuosa ruta alternativa para mi viaje que involucró dos aviones, dos guaguas y un barco en trayecto de un solo sentido. Para que engañarme, también influyó la falta de previsión al reservar un hotel de 400 euros sin opción de cancelación con reembolso. Esa me ha quedado aprendida. Después de tanto tiempo viajando, presumiendo de mi capacidad de gestión y asumiendo siempre todos los escollos de planificación para reafirmar mi resolución; sigo cometiendo errores básicos como estos; incluso viajando a Madrid que tiene más opciones de hospedaje que población. Siendo así no puedo evitar pensar en lo ignorantes que somos los seres humanos. Si, somos ignorantes, entonces, después organismos pluricelulares.
La ignorancia: Fenómeno que siendo mencionado sentimos como un ente ajeno, aquellos que nos sentimos abastecidos por el ego suficiente. Será que como comunidad nos hacen creernos despojados del desconocimiento por haber cursado determinados estudios. Ser ignorantes es de las primeritas cosas que deberíamos asumir, pero como ignorantes al fin, somos inconscientes de ello. El error garrafal no es el desconocimiento en sí, es la no consciencia de su posesión. El bombardeo de información, nos hace sabiondos de todo y conocedores de nada. No hay algo más sublime que un anciano con larga trayectoria en una materia, adoptando una postura de aprendiz respecto a ella. Ese anciano, más que modesto, es realista. Más que tierno, es admirable.
La lucha por el entendimiento es la primera que asumimos desde la infancia. Nos vamos quedando con un retazo básico de modos que nos permiten interactuar. Después los caminos se diversifican. Siempre, aun sea el único objetivo la supervivencia, sin indagar en los estudios formales o siquiera ejercer mínimo esfuerzo más allá del que solicitan las funciones vitales, estamos aprendiendo. Acumulando conocimientos, que hemos denominado Experiencia. Esa experiencia es personal e irrepetible. Otros no conformes, más allá de supervivencia o incluso descuidando la supervivencia misma, así como los hábitos de vida propios de seres adaptados; se revuelven por algún camino que enmarcaron otros y van cavando su propio surco. En ese camino podrán andar más que muchos, menos que otros. Pero pensar, que podremos agotar la fuente de saber y llegar a la cúspide de la consciencia, es una franca estupidez.
Somos seres pedantes y vamos atajando los desastres que vamos provocando con nuestro sobre-enunciado saber y trabajada obra. Así, siendo tan conocedores, tan maestros, tan competentes, hemos tenido dos grandes guerras mundiales con todas las víctimas y desastres implicados. Hemos mancillado el equilibrio de la Tierra y estamos tragándonos el precio de ello. Hemos mal atajado males con medicamentos que solo retardan lo inevitable y pocas veces curan. Así como somos de inteligentes, hemos creado leyes para salvaguardarnos y aún no han conseguido desaparezcan las injusticias. Vivimos a la par de la explotación infantil. Nos peleamos con nuestras parejas y nos enemistamos con compañeros y familiares. Nos entretiene la desgracia ajena. Entonces, somos los más inteligentes, somos la especie cabeza de este planeta. Los logros propios del desarrollo evolutivo que son hito sí son motivo de celebración, pero no nos absuelve de ignorantes ni del retroceso evidente en otras muchas esferas.
No son menospreciados los avances que hemos tenido como seres bilógicos y sociales. No es despreciado el desarrollo exponencial de las sociedades. Lo dicho solo expone que tal como avanzamos, erramos. Demuestra que hemos ido creciendo, siendo capaces de ver la involución de nuestro planeta que ha significado la evolución de nuestra especie, así como nos está trayendo a un despertar de la conciencia que permitirá una mejor conciliación con el entorno (al menos eso creemos los optimistas). En cualquier caso, ante el perfeccionamiento de los métodos de enseñanza, mejor acceso a la información y nuevas vías de comunicación, queda la certeza absoluta de que la ignorancia será un mal que siempre nos acompañará. Lejos de gastar energías en mitigarla, en erradicarla; deberíamos aprender a lidiar con ella y bajar la cabeza cuando sea necesario, andar menos seguro para ahorrarnos las no gratas sorpresas y enfrentar pronósticos más realistas.
La ignorancia como clave de la injusticia, podría ilustrarse en tantísimos ejemplos que no conseguiría agrupar en un libro por mucho que me documente. Especialmente, considerando que la mayoría de ellos, los de menor escala, no estarán documentados en textos de nuestra historia y tampoco en anécdotas por el cese de la transferencia generacional. No obstante, cabrá mencionar alguno:
- La quema en la hoguera de la francesa Juana de Arco en 1431, fue un acto legal en su momento, que se sostuvo en suposiciones y prejuicios. Quedó absuelta posteriormente, declarada mártir por su papel en la fase final de la Guerra de los 100 años (entre Inglaterra y Francia);pero ello no revirtió las consecuencias del veredicto inicial, por muy inmortalizada que quedó en la cultura popular e historia posteriormente. Una mujer asesinada bajo dictado de ley, juzgada erróneamente.
- El cese de la carrera de Alan Mathison Turing (precursor de la informática moderna), tras ser enjuiciado por ser homosexual, en 1952. Todos los logros de este matemático así como el aprovechamiento muy probable de sus cualidades a favor de la ciencia, fue mutilado abruptamente por el enjuiciamiento moralista. Este suceso es máxima expresión de la ignorancia judicial; no eran asumidas, en aquel momento histórico, las mayoritariamente inherentes y más que probadas inofensivas manifestaciones de la sexualidad humana.
- La irrisoria anécdota del emplazamiento del aeropuerto Tenerife Norte en un punto que no es central en la isla para un mejor acceso desde los focos más poblados. “La fábrica de nubes” de la isla es el sitio donde yace el aeropuerto, con unas condiciones de visibilidad que han sumado gastos exagerados a su mantenimiento e iluminación. Los locales cuentan una anécdota, de cual no garantizo veracidad. Narra cada taxista de trayecto al aeropuerto, que quién corría con la responsabilidad de ejecuta el plano de las instalaciones, puso una cruz roja donde no podía ser construido bajo ningún concepto. Este individuo murió inoportunamente. Quienes retomaron su trabajo quisieron honrar su esfuerzo y considerar sus previsiones. Al valorar el mapa interpretaron que la cruz roja correspondía al lugar indicado para el emplazamiento. Se ejecutó la obra y quedó en emplazado el aeródromo, para convertir cada jornada de operatividad del aeropuerto en una travesía demandante de energía, valor, fe y cuestionamiento de que porqué, después de tantos años, permanece el aeropuerto en la misma localización. De cualquier modo, por obvias razones, me siento mucho más seguro aterrizando en los graciosos chárters de Binter entre montañas y atlántico; que en el Aeropuerto Internacional José Martí de la tremendísima Cuba.
Otros innumerables ejemplos podrían ser mencionados; no siendo francamente necesario exponerlos para llamar a la comprensión mínima del tema. Tantas chapuzas han dejado un trazo gigante pero no siendo así, solo observar brevemente, la tendencia a suponer con los pronósticos erróneos continuos y, la necesidad de anteponer una opinión que poca relevancia tendría que nos caracteriza, para aceptar que desde siempre hemos sido como hormigas que viajan en una hebra de pino por el cauce de un río salvaje. Y vamos mirando los linderos de este río, suponiendo cual será el próximo obstáculo, la velocidad de la corriente o la temperatura del agua. Además, hemos ido adaptando la hebra a nuestro antojo y nos sigue dando cobijo. Estando en ella nos sentimos seguros. Pero no debemos olvidar que es eso, otra hebra de pino en una corriente llena de altibajos. Tampoco sabemos cuántos ríos hay como el que recorremos. No debemos olvidarlo, no; somos hormigas que recorremos un río sobre una hebra de pino.
Negación: Alguno leerá la anécdota de la reserva de 400 euros no reembolsable o escuchará de otras muchas faltas del sentido común, entonces dirá “sucede porque sois gilipollas”. Es cuando ese, quien se muestra imparcial acaba de mostrar la seña que lo titula como el ignorante puro, la raza legítima. Peor que ser una especia que ignora y erra constantemente, esta el hecho de no reconocerlo. La voz de la crítica es la primera que se escucha, luego la del aprendiz. El largo camino.