Alejado, no tanto, a unos 30 minutos de mar; seguía su corazón estando en la isla triangular, encogido como una uva deshidratada que se olvidó en la vendimia. Evitaba las pantallas rectangulares porque se asumía vulnerable y carente, pudiendo abortar la empresa propuesta. Fueron los únicos días, que recordará, la luz solar no fuese a amarilla, sino naranja como la sangre del inframundo. Cualquier emisor de calor era un lacayo desconsiderado de la cumbre vieja que desprendía improverbios sobre el valle paraíso. Ni el buen maquillaje camuflaje escondía las mareas negras que se acumulaban en bolsas perezosas por debajo de sus ojos, robando la poca frescura remanente de sus años mozos. Con cada platanera devorada se esfumaba su energía. Temía, que de durar un centenar de días aquella desgracia, se quedaría como el latón oxidado de un coche antiguo cedido a los caprichos de la maleza.